A veces, lo que llamamos “separación” no es una ruptura… es una liberación sagrada.
Dos almas que, habiéndose acompañado, eligen soltarse para seguir creciendo.
No desde el abandono, sino desde la comprensión profunda de que juntos ya no florecen.
Desde lo espiritual, no es el final de una historia, es el nacimiento de dos nuevos caminos que ya no caben en la misma piel.
Separarse no es fallar.
Es tener el valor de decir:
"Te dejo ir para que puedas volverte todo lo que viniste a ser, porque conmigo, ya no es posible."
Es un acto de amor maduro,
de respeto por el viaje del otro,
y de gratitud por lo vivido.
La relación fue fértil. Dio frutos. Enseñó.
Y ahora muere con dignidad,
para que algo nuevo nazca en cada uno.
Cuando comprendemos esto,
las culpas, los reproches
y la rabia se disuelven.
Y queda solo lo esencial:
el amor que libera.
Así debería ser en todos los casos pero si no lo es hay que trabajar para que lo sea...