* La disbiosis intestinal se define como una alteración anormal de la composición del microbiota, lo que afecta a las funciones de todo el organismo.
Varios estudios clínicos (en humanos) y preclínicos (generalmente en ratones) han establecido un vínculo de causalidad entre la depresión y la disbiosis.
Asimismo, se han observado estados de disbiosis en un amplio espectro de enfermedades humanas, pudiendo existir varias razones para ello. De entrada, algunas personas, simplemente, nacen con una flora intestinal que no es propicia para una salud óptima, si bien esto puede deberse a factores como nacer por cesárea, no haber sido amamantado o haber tomado muchos antibióticos en la infancia (la flora se estabiliza hacia los 3 años).
Pero el estrés crónico también es un elemento determinante en la disbiosis. De hecho, el estrés psicológico puede modificar la composición microbiana del intestino.
Y el hipotiroidismo, que en sí mismo es un factor de depresión, también puede inducir un estreñimiento crónico que acabe desembocando en una disbiosis.
Por último, no hace falta decir que la “comida basura”, rica en grasas, azúcares y ultra procesados, desequilibra fácilmente el microbiota. Hay que tener en cuenta que, cuando se produce este desequilibrio, el eje intestino-cerebro envía señales que modifican el comportamiento alimentario de manera aún más perjudicial.
Por último, una baja capacidad digestiva o una sobrealimentación también pueden conllevar disbiosis.
¿Cómo combatir la disbiosis?
Antes de recurrir a los probióticos para modificar la flora intestinal, conviene aplicar medidas que ayudarán a pasar de un estado de disbiosis al de eubiosis; es decir, a un equilibrio saludable:
*Adoptar una alimentación saludable, de inspiración mediterránea, para favorecer el desarrollo de bacterias productoras de butirato (un ácido graso de cadena corta beneficioso).
*Mantener esa alimentación en el tiempo, ya que la flora se adapta, pero puede volver a su estado anterior si se retoman hábitos alimentarios perjudiciales.
*Evitar la sobrealimentación, incluso si no se observa un aumento de peso. Algunas personas tienen un metabolismo rápido y queman más calorías, pero otras no asimilan bien los alimentos y terminan “alimentando en exceso” a las bacterias intestinales, lo que conduce inevitablemente a una disbiosis.
*Optimizar la digestión. Es crucial digerir bien lo que se come para no dejar “sobras” a las bacterias. Lo ideal es tomar suplementos que combinan enzimas digestivas (proteasa, lipasa, ami- lasa, lactasa, galactosidasa y celulasa) para prevenir fermenta- ciones intestinales que pueden favorecer la disbiosis.
Y en caso de hipoclorhidria (falta de acidez en el estómago), pueden tomarse plantas amargas como la genciana o la angélica, que favorecen la producción del jugo gástrico. Por su parte, para el estreñimiento, el jengibre puede ser útil porque estimula el movimiento intestinal, mientras que, para el exceso de gases, son eficaces plantas carminativas como el hinojo, el anís, el anís estrellado, el cardamomo o el cilantro.
*Hacer ejercicio físico, pero no justo después de comer.
La actividad física favorece un correcto movimiento intestinal (peristaltismo), mientras que el sedentarismo lo vuelve lento, lo que puede conducir al estreñimiento y luego a la disbiosis.
Dr. Martín Sebastián Azanza
CNS Coaching, Nutrición y Salud
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